Comentando ”Francisco Ferrer y la Pedagogía Libertaria”, de Angel J. Cappelletti

Ferrer i Guàrdia me parece una persona de la que, en el campo de la pedagogía, tenemos mucho que aprender. Sin embargo, considero que es igual de importante desempeñar una pedagogía emancipadora para los niños como darles el amor y cariño natural proveniente de una fuente paterna, materna o docente. En este sentido, no comparto reivindicar la autonomía de un ser humano mediante la despreocupación de los cuidados emocionales o la falta de afecto. Ferrer i Guàrdia recibe críticas y acusaciones de haberse despreocupado de los cuidados de sus hijos, como podemos observar en la siguiente cita:

Parece privar de ella [la Escuela Moderna] un intelectualismo excesivo: no se percibe en ninguna parte el propósito de fortalecer la voluntad. Y sin duda tiene razón Domanget, cuando dice que en ella no se concedió bastante atención al campo de la afectividad.

Pasemos a citar partes relevantes del libro:

Pequeñas pinceladas sobre las bases de la Escuela Moderna

«La misión de la Escuela Moderna consiste en hacer que los niños y niñas que se le confíen lleguen a ser personas instruidas, verídicas, justas y libres de todo perjuicio. Para ello, sustituirá el estudio dogmático por el razonado de las ciencias naturales. Excitará, desarrollará y dirigirá las aptitudes propias de cada alumno, a fin de que con la totalidad del propio valer individual no sólo sea un miembro útil a la sociedad, sino que como consecuencia, eleve proporcionalmente el valor de la colectividad. Enseñará los verdaderos deberes sociales, de conformidad con la justa máxima: ‘No hay deberes sin derechos; no hay derechos sin deberes’. En vista del buen éxito que la enseñanza mixta obtiene en el extranjero y, principalmente para realizar el propósito de la Escuela Moderna, encaminado a preparar una humanidad verdaderamente fraternal sin categoría de sexos ni clases, se aceptarán niños de ambos sexos desde la edad de cinco años. Para completar su obra, la Escuela Moderna se abrirá las mañanas de los domingos, consagrando la clase al estudio de los sufrimientos humanos durante el curso general de la historia y al recuerdo de los hombres eminentes en las ciencias, en las artes o en las luchas por el progreso. A estas clases podrán concurrir las familias de los alumnos. Deseando que la labor intelectual de la Escuela Moderna sea fructífera en lo porvenir, además de las condiciones higiénicas que hemos procurado dar al local y sus dependencias, se establece una inspección médica a la entrada del alumno, de cuyas observaciones, si se cree necesario, se dará conocimiento a la familia para los efectos oportunos, y luego otra periódica, al objeto de cortar la propagación de enfermedades contagiosas durante las horas de vida escolar» (La Escuela Moderna, págs. 37-38).

La escuela no deberá enseñar ”verdades”, sino ayudar a que el niño encuentre sus ”verdades”, o tendrá que dar al educando una tabla de valores y, con ella, una cosmovisión.

No se trata, como en toda enseñanza tradicional, de adaptar al educando a la sociedad tal cual ella existe, sino, por el contrario, de prepararlo para tener una visión crítica del medio en que vive y para ser capaz de transformarlo desde sus mismos fundamentos.

La práctica, elemento fundamental del aprendizaje

Reclus:

«Si tuviese la dicha de ser profesor de geografía para niños […] le invitaría a largos paseos comunes, feliz de aprender en su compañía. […] Cuidaría mucho de proceder con método en esos paseos y en las conversaciones suscitadas por la visita de los objetos y de los paisajes… […] No faltaría la posibilidad de ver, si no montañas o colinas, al menos algunas rocas que rasgaran la vestidura de tierras más recientemente depositadas; por todas partes observaríamos cierta diversidad de terrenos, arenas, arcillas, pantanos y turbas; […] podríamos seguir al margen de un arroyo o de un río, ver una corriente que se pierde, un remolino que se desarrolla, un reflujo que devuelve las aguas, el juego de las arrugas que se forman en la arena, la marcha de las erosiones que despojan parte de una ribera y de los aluviones que se depositan sobre los bajíos.»

Ferrer:

«[…] Pero es preciso evitar también todo pedantismo en la dirección de los viajes, porque ante todo el niño ha de encontrar en ellos su alegría: el estudio debe presentarse únicamente en el momento psicológico, en el preciso instante en que la vista y la descripción entren de lleno en el cerebro para grabarse en él para siempre. Preparado de ese modo, el niño se encuentra ya muy adelantado, aunque no haya seguido lo que se llama un curso: el entendimiento se halla abierto y tiene deseo de saber».

El juego, elemento fundamental en el aprendizaje en niños

Además de la función del juego como ejercicio preparatorio para la vida, señala Ferrer otra aún más importante, que es la de manifestar y coadyuvar al libre desarrollo de la vida mediante el placer que provoca y le es propio:

«Debe dejarse al niño que en donde quiera que esté manifieste sinceramente sus deseos. Este es el factor principal del juego que, como advierte Johonnot, es el deseo complacido por la libre actividad. […] Es de absoluta necesidad que se vaya introduciendo substancia del juego por el interior de las clases».

El juego tiene la función de desarrollar en el educando el sentido altruista. Contradiciendo en esto a Kropotkin, afirma Ferrer que el niño es por lo general egoísta gracias a la ley de la herencia. Esto se manifiesta, para él, en su natural despótico, que lo lleva a querer imponerse siempre sobre sus iguales. A través del juego se lo puede muy bien orientar hacia la cooperación y la solidaridad, demostrándole que se obtiene mayor provecho con la tolerancia y que la ley de la solidaridad beneficia a los demás y al mismo que la practica.

La coeducación:

El naturalismo pedagógico de Ferrer […] se manifiesta también en la adopción del sistema coeducacional. La coeducación de los sexos […] es la que más se opone a las costumbres y los prejuicios vigentes en la sociedad y la que más colide con la tradición educacional y los principios católicos.

El carácter libre de la Pedagogía en la Escuela Moderna:

Ferrer quiere instaurar una pedagogía ajena a la coacción, donde el educando se desarrolle sin presiones externas. […] El niño constituye lo más importante del proceso educativo, mientras el maestro y la materia misma a enseñar ocupan un lugar secundario.

Entre los teóricos anarquistas no se suele propiciar una absoluta libertad del niño en la escuela. Bakunin, por ejemplo, creía que éste necesita cierta disciplina, que debe irse suavizando paulatinamente hasta quedar abolida del todo.

«Admitida y practicada la coeducación de niñas y niños y ricos y pobres, es decir, partiendo de la solidaridad y de la igualdad, no habíamos de crear una desigualdad nueva y, por tanto, en la Escuela Moderna no había premios, ni castigos, ni exámenes en que hubiera alumnos ensoberbecidos con la nota de ‘sobresaliente’, medianías que se conformaran con la vulgarísima nota de ‘aprobados’ ni infelices que sufrieran el oprobio de verse despreciados por incapaces»

La Escuela Moderna, pág. 89

Por todas partes se iba imponiendo la idea surgida con el naturalismo pedagógico (de Rosseau a Spencer) de que los castigos válidos sólo son los inmanentes (las reacciones naturales) y nunca los que se originan en el arbitrio del docente.

Los exámenes, los concursos, las oposiciones, seguían (y siguen) siendo una manía muy hispánica. De nada valía (ni vale) argüir su carácter traumatizante y su escaso valor como medio de evaluación (juicios dispares de los examinadores, emotividad del examinando, etc.).

Cuando la enseñanza tiene por fin la adquisición de un arte, ciencia o industria determinadas, es decir, de una especialidad —dice Ferrer— podría ser útil el examen a aun el diploma académico: ni lo niega ni lo afirma.

«Lo culminante de aquella escuela [la Escuela Moderna], lo que la distinguía de todas, […] era que en ella se desarrollaban amplísimamente las facultades de la infancia sin sujeción a ningún patrón dogmático […], y cada alumno salía de allí para entrar en la actividad social con la aptitud necesaria para ser su propio maestro y guía en todo el curso de la vida»

La Escuela Moderna, pág. 90

El único género de sanción que admitió en su escuela consistía en hacer notar al educando la concordancia (o discordancia) entre su conducta (buena o mala) y el bien propio y común.

[Sobre los exámenes] «Estos actos, que se visten de solemnidades ridículas, parecen ser instituidos solamente para satisfacer el amor propio enfermizo de los padres, la supina vanidad y el interés egoísta de muchos maestros y para causar sendas torturas a los niños antes del examen.»

La Escuela Moderna, pág. 91

En el fondo, hay otra razón aún más importante: la necesidad de excluir de la escuela cualquier forma de coacción y el propósito de no coartar la libertad del educando sometiéndolo a lo que más se parece a un tribunal de justicia.

Por otra parte, no deja de señalar las intrínsecas deficiencias del examen mismo: «Una nota o una clasificación dada en condiciones determinadas, sería diferente si ciertas condiciones cambiasen; por ejemplo, si el jurado fuese otro, si el ánimo del juez, por cualquier circunstancia, hubiese variado. En este asunto la casualidad reina como señora absoluta, y la casualidad es ciega.»

La Escuela Moderna, pág. 95

La Escuela Moderna […] fue un núcleo en torno al cual se agruparon diversas empresas dirigidas todas a la educación libertaria. Alrededor de ella giraban, en efecto, una biblioteca, una editorial, una sala de conferencias públicas, y una serie de instituciones para-escolares.

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